martes, 14 de octubre de 2014

Visita a los Torres, en el castillo de Milmanda



Con la familia Torres


Les he contado en entradas anteriores sobre mi más reciente viaje a España, ese país encantador que uno no termina de conocer y que no deja de sorprendernos en cada visita.
En esta ocasión estuve por Cataluña y visité distintas bodega de casa Torres, en donde me encontré con la encantadora familia y, por supuesto, disfruté de sus grandiosos vinos.

El hermoso castillo de Milmanda, que data del siglo IX, fue propiedad de los monjes de la orden del Císter que lo utilizaban cómo granja fortificada. En un tiempo fue frontera entre la cristiandad y el mundo árabe.

El castillo está en el valle de Poblet, comarca Conca de Barberà, cuenca geográfica del río Francolí. El nombre de la comarca proviene del pueblo de Barberà de la Conca.
Esta zona se conoce históricamente como la Catalunya Nova, tierra reconquistada a los árabes por los condes de Barcelona. La Catalunya Vella era la Marca Hispánica, donde los árabes nunca llegaron.

El castillo pertenecía a una red de castillos establecidos para dar seguridad a los cristianos que colonizaban las tierras reconquistadas. Todo esto termina cuando Ramón Berenguer IV, el Santo conquista Tortosa (capital del reino musulmán). Con esto, la Catalunya Nova pasa a ser zona segura.

En este castillo se tiene constancia de que ya en la época de los romanos existía un asentamiento, de nombre Escupianda. Posteriormente, aparece el nombre de Milmanda en documentos de año 1148.

Un recorrido por la Finca de Milmanda es un privilegio, un lujo para los sentidos. Entre romero, enebro y tomillo cultivan las uvas que dan su blanco más famoso.


Años de pacientes investigaciones han dado como resultado el Milmanda, una compleja y armoniosa combinación de aromas, un vino elegante, noble y de gran linaje.

Milmanda formaba parte de una ruta de castillos medievales que daban cobijo a los cristianos en tiempos de reconquista. Con el siglo XII llega la paz a estas tierras y con ello se reinicia el cultivo de la vid. Al pie de este castillo la familia Torres cultiva hoy la variedad Chardonnay. Este vino de finca está fermentado y criado en barrica de roble francés.

El vino Milmanda me regalo un hermoso color amarillo dorado. Aroma muy intenso y complejo con notas frutales (cítricos, y compota de melocotón) sobre fondos de vainilla muy finos. Paladar graso y muy amplio, con excelente acidez y agradable expresión de las notas frutales del aroma.

Disfruté también el Grans Murralles, vino de finca que debe su nombre a las murallas que protegían el monasterio de Poblet de las guerras y los mercenarios.

La identidad inconfundible de Grans Muralles se encuentra en los pedragosos suelos de pizarra (Licorella), pero también en las variedades que lo integran. Tras un siglo de la plaga de la filoxera, la familia Torres consiguió recuperar variedades autóctonas extinguidas como el Garró y el Samsó utilizando modernas técnicas de viticultura. Estas variedades unidas a la Garnacha tinta, Cariñena y la Monastrell conforman el espíritu de este vino único.

Muy intenso color granate oscuro con visos azul oscuro. Aroma de una exótica y profunda complejidad que demuestra la gran densidad del vino, la increíble riqueza de su materia y de su estructura. Con notas de especias (pimienta, clavo), de arbustos (tomillo) y de pequeñas frutas rojas muy maduras (arándano, grosella) sobre fondos de humo, de vainilla y de incienso.

Crans Murralles simboliza tierra, sol, lluvia, y viento, inspira verde y marrón, amarillos y cobrizos, granates y topacios, implica elegancia y sutileza, glamour y tradición, supone color, aroma e infinidad de sensaciones.

Apropiado para acompañar los platos de carne -asados, estofados- más típicos de la cocina mediterránea, acompañados con salsa de tomate y pimiento, o cocinados con hierbas y especias tradicionales (tomillo, orégano, romero, albahaca, laurel, pimienta).


martes, 7 de octubre de 2014

Celler de Can Roca, de las mejores experiencias de vida


Días atrás descubrí un nuevo tipo de turista: el gastronauta.

Aunque suene exótico y hasta científico este título, se trata ni más ni menos que de aquellas personas que recorremos el mundo buscando sólo saciar nuestros apetitos gastronómicos. Algunos museos y parques, algunos teatros y playas, pero más que nada visitas a buenos restaurantes.
Bien dicen que comer es uno de los placeres más grandes en la vida y yo lo comprobé una vez mas, hace unos días durante mi viaje a España, en el momento que visité El Celler de Can Roca, en Girona.
Este restaurante es dirigido por los hermanos Roca, Jordi, Josep y Joan, cuya pasión por la cocina empezó a forjarse en Can Roca, el establecimiento que sus padres tienen en Taialà, un barrio en las afueras de Girona. 
Los hermanos Roca
Allí crecieron, en medio del bullicio de platos, ollas y clientes. El bar era su salón, el paisaje donde jugaban, hacían los deberes escolares, miraban la televisión,… al tiempo que, desde la cocina, surgían aromas de los guisos que su madre preparaba de forma generosa, sencilla y honesta.
El Celler, de decoración elegante, sobria y una atractiva iluminación, es un restaurante free style, de cocina en libertad, comprometida con la vanguardia creativa, sin renunciar a la memoria de las generaciones de antepasados de la familia dedicadas a dar de comer a la gente.
Su compromiso con la cocina y con la vanguardia, además de su vinculación con el academicismo, ha conllevado a una defensa del diálogo permanente con los productores y con los científicos, al diálogo total.

El restaurante fue fundado en 1986 y se especializa en cocina tradicional catalana. Por si fuera poco, está considerado el segundo mejor del mundo por la revista Restaurant Magazine, en 2014, y ya cuenta con tres estrellas Michelín.

Así que ya estando en esas tierras no pude dejar de ir y, definitivamente esa visita ha sido una de las mejores experiencias de mi vida.
Su carta abarca algunos platillos de sus “clásicos”, pero se renueva cada temporada con nuevas propuestas, al mismo tiempo que marca nuevas tendencias.
Les cuento sobre el menú, de inspiración internacional y llamado “Comerse el mundo”:
- México: burrito de mole poblano y guacamole
- Turquía: Tartaleta de hoja de parra  con puré de lentejas, berenjena y especias con shots de yogur de cabra y pepino
- China: verduras encurtidas con crema de ciruela
- Marruecos: almendra, rosa, miel, azafrán,  ras el hanout, yogur de cabra
- Corea: pan frito con panco y panceta con salsa de soja, tirabeques, kimchi y aceite de sésamo
- Olivas caramelizadas
- Coral: Escabeche de percebes al laurel y albariño. Crema de erizo de mar a la brasa
- Bombón de carpano con pomelo y sésamo negro
- Crujiente de maíz con corteza de cochinillo ibérico
- Bombón de trufa
- Brioche de trufa
- Timbal de manzana y foie gras con aceite de vainilla
- Parmentier de bogavante con trompetas de la muerte
- Lenguado a la brasa con jugo de olivas verdes, hinojo, piñones, bergamota y naranja
- Salmonete relleno de su hígado con caldo de sus espinas, ñoquis de patata, naranja, perifollo y azafrán
- Oca a la royal
- Nube de limón: crema de bergamota, compota de limón, granizado de agua destilada de limón, helado de magdalena y azúcar de limón
- Postre láctico: dulce de leche, helado de leche de oveja, espuma coajada de oveja, yogur de oveja y nube
No hace mucho Ángeles Mastretta decía que “de todos los pecados que condena la Biblia, el primero es rendirse a la seducción”.
Y yo lo cometo a diario, como una manera de ir a contracorriente de los avatares cotidianos, como un pasadizo a un mundo armado exclusivamente por mi y donde la única condición para estar en ese mini universo es el placer.
Y unos de los canales que me llevan a este estadio son el vino y la comida. Están allí: perfectos, suaves, vivos, dispuestos a explotar en sensaciones sensoriales cuando yo lo quiera…
Gracias querido Joan por esta aventura única e irrepetible.