lunes, 19 de agosto de 2013

Hogar fuera del hogar


Durante una cena entre amigos toqué el tema de la hospitalidad con uno de mis restauranteros favoritos, el distinguido y encantador Luis Galvez, dueño de Les Moustaches y Bistro Moustaches, quien definió la hospitalidad como “un servicio eficiente con una sonrisa”.
 Julien Debarle, el flamante y joven director de Operaciones de hoteles Intercontinental en México, se inclinó por una explicación más poética y coincidió en que la hospitalidad es “proveer un hogar fuera del hogar”. Ambas definiciones sonaban excelentes, pero en realidad me faltaba algo mas sobre el concepto.

Claro, la hospitalidad empieza con un buen producto y un buen servicio, instalaciones atractivas, buen ambiente, buena comida, amabilidad, trato cordial y, sobre todo, eficiente. En este mundo competitivo son los ingredientes básicos y, para nosotros los consumidores, es el punto de equilibrio a nuestras expectativas. Sin embargo, “lo básico” no las excede y no nos hace recordar la experiencia.

Muchas veces sólo recordamos las pequeñas molestias de nuestra estancia o comida, el ruido de los vecinos, el control remoto de la televisión que no funcionaba, la sopa que no estaba bien caliente. Obviamente se requiere algo más para impresionarnos.

¿Qué nos impresiona?

Cosas fuera de nuestra percepción. Respetamos a las personas que resuelven problemas, que se fijan en los detalles, que piensan las cosas antes que nosotros. Un profesional de la hospitalidad es flexible y anticipa; está presenta cuando se requiere pero no se impone y es discreto.

Elegancia única:

Westbury Mayfair, en Londres, cuyas mejores cualidades son su calidad y lujo contemporáneo sin paralelo, que han ido creciendo desde 1955, fecha en la que abrió sus puertas.
Ahora cuenta con 246 habitaciones, de las cuales 20 son suites que se distinguen por su comodidad, diseño y tamaño, de acuerdo con los estándares de Londres.
En este lugar pude degustar una gran variedad de comida y vivir una grata experiencia en el discreto y casual restaurante japonés Tsukiji Sushi, que combina lo mejor de esta cocina con el espíritu londinense.
También pasé un inolvidable momento en el Polo Bar, que cuenta con un diseño Art Deco y en el que se pueden probar las mejores bebidas y cocktails de Mayfair.
De hecho, el Polo Bar fue votado en 2010 como El Mejor Bar de Hotel del Año. Y no es para menos, pues no sólo es chic y tiene detalles de cristales de Swarovski, sino que todo está enmarcado en un ambiente sofisticación.

Saint James Paris, que con su impactante fachada, enmarcada por árboles, ya le quita el aliento a cualquiera, pues hay que resaltar que éste es el único castillo-hotel de la ciudad.
Situado en una zona tranquila y exclusiva, muy cerca del Arco del Triunfo, este hotel posee un lobby espectacular (con grandes escaleras, alfombras rojas y mármol alrededor) y ofrece habitaciones amplias y con una gran vista a una fuente o jardín.
Una de las cosas que más llamó mi atención fueron las paredes de cada suite, pues están decoradas individualmente con distintos colores y formas, con muebles de un diseño muy europeo y pinturas tanto modernas como antiguas. ¡Ninguna de las 48 suites y habitaciones es igual!
El restaurante se distingue por ofrecer lo mejor de la cocina gourmet francesa, que en el verano se puede degustar en la terraza del jardín.
Y para aquellos que desean disfrutar de la quietud del lugar, pueden entrar y ser hechizados por alguno de los 12 mil libros que hay en el bar-biblioteca del hotel, donde además los viernes se puede gozar de música jazz.
Por supuesto, también disfruté el jacuzzi, el sauna y los masajes del spa Gemology, así como del gimnasio.
Todo bajo un excelente servicio, que hizo mi estancia mágica y placentera.

Un entorno peculiar
Hospedarme en el Fresco Cave Suites & Mansions Cappadoccia fue una experiencia única, pues está decorado para estar acorde con la arquitectura de Capadocia.
Además, sin duda, me transportó al periodo otomano del siglo 18.
Su ubicación permite poder conocer toda la zona y regresar a él para descansar y ser consentido por su personal, cuya atención personalizada es de primera.
La limpieza y decoración hay que resaltarlas, pues esta “cueva” boutique es única, donde el lujo y lo acogedor se unen de manera natural, como la región misma.
De hecho, las habitaciones tienen un común denominador: las piedras, y algunas de ellas tienen en las paredes y techos formas caprichosas.
La hospitalidad sin duda me hizo sentir como en casa, como si fueran mis propios amigos de hace años los que me recibieran, pues en todo momento estuvieron atentos a mis necesidades.
La comida es particularmente deliciosa, así como el café que pude disfrutar en la terraza, desde donde pude capturar en mi cabeza una de las mejores postales del lugar.
Relais Santa Croce, en Florencia, es un lugar que se caracteriza por su intimidad, ya que sólo son 24 habitaciones, y por su buen gusto.
Aquí uno puede escapar del bullicio de las calles y llegar a descansar después de un largo día de visitas a sitios sumamente interesantes.
El hotel, que se ubica cerca de la Estatua de David, está asentado en el antiguo Palacio Ciofi Jacometti, en el corazón de Florencia, el cual se ha restaurado respetando su arquitectura y sus frescos originales. Sin embargo, pese a su “máscara” ancestral, es un hotel moderno que provee a sus invitados de la más alta tecnología y comodidades.
Además, los empleados reciben a los huéspedes con un gran trato, que es enmarcado por la belleza del lugar, pues posee unos techos altísimos y unos frescos que reflejan la historia del lugar que data del siglo 18.
Las suites son de gran comodidad y llenas de detalles suntuosos. Las que se ubican en lo alto tienen terrazas que dan a la Basílica de Santa Croce y desde donde se puede apreciar la ciudad.
Y probar las delicias que se preparan en el restaurante Guelfi e Ghibellini es algo que nadie se puede perder, ya que, incluso, está considerado como uno de los mejores de Florencia.

París

También en la Ciudad de la Luz se encuentra el Intercontinental Paris Le Grand, que es, como ellos mismos lo describen, un tesoro histórico en el centro de la ciudad.
Desde el hall uno puede observar que es un hotel clásico (ya cumplió 150 años), en el que por la tarde-noche te reciben con música de piano.
Aunque el hotel es muy grande, en cada rincón recibí una atención inmejorable y, por supuesto, una sonrisa. Es de esos lugares donde sin pensarlo dos veces regresarías con los ojos cerrados.
Por supuesto hay lujo y elegancia por donde se voltee, pero uno de sus mayores atractivos es su ubicación, pues ofrece una panorámica nocturna de la Ópera de París y está cerca del Museo del Louvre y otros destinos turísticos.
Inaugurado en 1862 y enclavado en un jardín de invierno de 800 m2, en este hotel también es un “must” visitar el Café de la Paix y el restaurante La Verriere.

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