martes, 7 de octubre de 2014

Celler de Can Roca, de las mejores experiencias de vida


Días atrás descubrí un nuevo tipo de turista: el gastronauta.

Aunque suene exótico y hasta científico este título, se trata ni más ni menos que de aquellas personas que recorremos el mundo buscando sólo saciar nuestros apetitos gastronómicos. Algunos museos y parques, algunos teatros y playas, pero más que nada visitas a buenos restaurantes.
Bien dicen que comer es uno de los placeres más grandes en la vida y yo lo comprobé una vez mas, hace unos días durante mi viaje a España, en el momento que visité El Celler de Can Roca, en Girona.
Este restaurante es dirigido por los hermanos Roca, Jordi, Josep y Joan, cuya pasión por la cocina empezó a forjarse en Can Roca, el establecimiento que sus padres tienen en Taialà, un barrio en las afueras de Girona. 
Los hermanos Roca
Allí crecieron, en medio del bullicio de platos, ollas y clientes. El bar era su salón, el paisaje donde jugaban, hacían los deberes escolares, miraban la televisión,… al tiempo que, desde la cocina, surgían aromas de los guisos que su madre preparaba de forma generosa, sencilla y honesta.
El Celler, de decoración elegante, sobria y una atractiva iluminación, es un restaurante free style, de cocina en libertad, comprometida con la vanguardia creativa, sin renunciar a la memoria de las generaciones de antepasados de la familia dedicadas a dar de comer a la gente.
Su compromiso con la cocina y con la vanguardia, además de su vinculación con el academicismo, ha conllevado a una defensa del diálogo permanente con los productores y con los científicos, al diálogo total.

El restaurante fue fundado en 1986 y se especializa en cocina tradicional catalana. Por si fuera poco, está considerado el segundo mejor del mundo por la revista Restaurant Magazine, en 2014, y ya cuenta con tres estrellas Michelín.

Así que ya estando en esas tierras no pude dejar de ir y, definitivamente esa visita ha sido una de las mejores experiencias de mi vida.
Su carta abarca algunos platillos de sus “clásicos”, pero se renueva cada temporada con nuevas propuestas, al mismo tiempo que marca nuevas tendencias.
Les cuento sobre el menú, de inspiración internacional y llamado “Comerse el mundo”:
- México: burrito de mole poblano y guacamole
- Turquía: Tartaleta de hoja de parra  con puré de lentejas, berenjena y especias con shots de yogur de cabra y pepino
- China: verduras encurtidas con crema de ciruela
- Marruecos: almendra, rosa, miel, azafrán,  ras el hanout, yogur de cabra
- Corea: pan frito con panco y panceta con salsa de soja, tirabeques, kimchi y aceite de sésamo
- Olivas caramelizadas
- Coral: Escabeche de percebes al laurel y albariño. Crema de erizo de mar a la brasa
- Bombón de carpano con pomelo y sésamo negro
- Crujiente de maíz con corteza de cochinillo ibérico
- Bombón de trufa
- Brioche de trufa
- Timbal de manzana y foie gras con aceite de vainilla
- Parmentier de bogavante con trompetas de la muerte
- Lenguado a la brasa con jugo de olivas verdes, hinojo, piñones, bergamota y naranja
- Salmonete relleno de su hígado con caldo de sus espinas, ñoquis de patata, naranja, perifollo y azafrán
- Oca a la royal
- Nube de limón: crema de bergamota, compota de limón, granizado de agua destilada de limón, helado de magdalena y azúcar de limón
- Postre láctico: dulce de leche, helado de leche de oveja, espuma coajada de oveja, yogur de oveja y nube
No hace mucho Ángeles Mastretta decía que “de todos los pecados que condena la Biblia, el primero es rendirse a la seducción”.
Y yo lo cometo a diario, como una manera de ir a contracorriente de los avatares cotidianos, como un pasadizo a un mundo armado exclusivamente por mi y donde la única condición para estar en ese mini universo es el placer.
Y unos de los canales que me llevan a este estadio son el vino y la comida. Están allí: perfectos, suaves, vivos, dispuestos a explotar en sensaciones sensoriales cuando yo lo quiera…
Gracias querido Joan por esta aventura única e irrepetible.

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